Puede escribir, celebra, pues se ha quedado solo y se imagina capitán soberbio, algo presuntuoso quizá, de aquel pequeño piso donde espera, suban a bordo, las palabras con que comenzar, con todas las ideas que dejó anotadas tantas noches, y en silencio, una novela o un buen puñado de relatos, invadiendo su, tantas veces, reconquistado espacio a las abrumadoras e inesperadas y hostiles fuerzas que le expulsan. Enarbola entonces su bandera y edifica en derredor con las historias ajenas y los cuadernos y apuntes propios; y se aprovisiona de agua y alimentos para una larga, exhaustiva jornada, quiere sobrevivir, el tiempo que le queda, hasta llegar al fin, pero, lo sabe, no faltan las dificultades, como elegir entre el portátil, la tablet o un bolígrafo normal, de tinta negra; o responder cuando le llaman al teléfono y se sobresalta; o las urgencias fisiológicas del cuerpo. Puedo escribir ya, me queda tiempo y cojo el bolígrafo, toco el teclado y escribo en el ordenador, en un folio, un párrafo, una frase, una palabra que borro, o tacho, y reescribo una y otra vez hasta que me libera una voz, un recuerdo, un estrépito, el silencio inesperado, un grifo mal cerrado y me encuentro, sin saber muy bien qué me ha llevado ahí, frente a la ventana observando el tráfico, los transeúntes, las hojas, movidas por el viento, de los árboles. Luchar contra los elementos o negarse a contestar no es una opción. Finge sorpresa, cuando le llaman, entusiasmo, responde escueto, con monosílabos, muy habitual en él, si le conoces y suele ser inoportuna. Puedo continuar, pero, se dice, un café antes de sentarse le iría bien, y con tres cucharadas de café soluble, tres de azúcar, un poquito de agua, y cuarenta segundos en el microondas lo apaña. No debo olvidar la fecha, ni el riguroso orden, ni la palabra justa, ni darse un respiro o tratarse con cariño. Siente una fuerte tensión en su espalda, respuesta a su excesiva exigencia y estira, esperando un alivio que tarda cuando acaba el microondas, sigue estirando en vano y vuelve a avisar el aparato, se incorpora, marea un poco, toma la taza de café que hiere, por el calor, sus dedos, y remueve, sin soplar, el azúcar. Cuánto detalle en casi dos minutos, piensa, bebiendo en uno, dos, tres sorbitos mientras mira por la ventana aquella otra en donde una mujer le observa con una, en la mano, imagina, taza de café caliente. Se percata de su atención dispersa. Mira su taza, ya vacía, como vacía está aquella otra ventana desde la que antes le observara. Suspira y regresa de nuevo a su lugar de mando. Ha transcurrido medio día sin nada más escrito, a medias, que una fecha. Sentado a la mesa mira la pantalla de su portátil. Le hace daño el fondo blanco, el brillo de la pantalla y busca cómo atenuarlo con el teclado. Así está mejor. Teclea, venciendo una fuerte resistencia, un breve párrafo que lee y relee y no entiende. Coge el teléfono que enciende y apaga enseguida, bebe un poco de agua, escucha un ruido y se levanta, recorre la inmensa finitud de aquel pisito sin apenas tiempo para continuar y borra, al volver a la mesa, lo que hubo escrito y la fecha, pensando que teme escribir o no le queda nada que decir.

Muy bueno, felicidades
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Muchas gracias. Saludos.
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