El señor López, en sus horas de asueto, gustaba de dar largos paseos dejándose llevar por el capricho. Salió una mañana, no demasiado pronto, atemperada, fresca, soleada y anduvo hacia el norte de su ciudad, lugar, dicho sea de paso, poco o nada frecuentado, con la idea de ampliar sus horizontes físicos, muy mermados estos. El cansancio le vino tan oportuno como la vista de un hermoso, cuidado y fresco parque, no demasiado extenso, al que se dirigió buscando un banco donde descansar. Alcanzó su destino y sintió al sentarse, además, hambre ¡vaya!, pensó, ¡a estas horas y tan lejos ya de casa! ¿A estas horas? El señor López, en sus horas de asueto, pierde con frecuencia la noción del tiempo, además de las llaves de su casa y otros adminículos, pero no se alarmó, sin embargo, arrellanándose como pudo en tan sólido asiento hasta casi, sin darse cuenta, dar una, o dos, cabezaditas ¡vaya, vaya!, si estoy vencido, siguió pensando. Evitaba, en la medida de lo posible, verbalizar sus pensamientos por pudor, más que porque le creyeran ido, cosa que se le daba un ardite. Pensando así, sonreía. En fin, amigo mío, ya es hora de ponerse a caminar en busca de fortaleza que la sustancia nutricia… mirando en derredor, pensaba, hasta que vio un pequeño restaurante. Allí se dirigió y, ya dentro, se sintió cohibido, todo el mundo calló y se le quedó mirando ¡pardiez!, dijo entre dientes, se asustó y quiso huir, ponerse en salvo dando media vuelta dispuesto a desandar sus pasos que alguien impidió, al entrar, ofreciendo sus servicios, era un camarero. Volvió, como la lluvia, el murmullo del resto de comensales, el olvido del recién llegado y todo el mundo a sus asuntos. El señor López pudo aflojar tanta tensión y apreciar la buena mesa, porque sentía debilidad por esta, que lo parecía, y física, también, y se dejó aconsejar eligiendo un primer plato, un segundo, con un tinto apropiado que trajo el camarero y abre y pide la aprobación de un señor López satisfecho y café, solo, para concluir. Antes de que llegara el primer plato preguntó por los baños. Llegó a la puerta, ocupado, toca esperar y dio unos pasos arriba y abajo mientras tanto. Se distrajo contemplando unos carteles antiguos y oyó salir a alguien del interior del baño. Se acercó, abrió la puerta, entra y cierra tras de sí, a oscuras. Busca el interruptor que no encuentra, se golpea, oye caer al suelo, se impacienta, asusta y no acierta con el pomo de la puerta. Sigue a oscuras, se asusta, llama a voces, golpea y le abre su mujer que hoy se encontraba en casa ¿qué haces en el trastero?, le pregunta al señor López y este, repuesto, no recordó pedirle azúcar al camarero.

Una respuesta a “Una buena mesa”
Pobre señor López.
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