En la estación

Llegó pronto, y con ganas de un café caliente, a la estación. Un cambio brusco e inesperado de las temperaturas le pilló, como solía decir, con el paso cambiado a él que tan bien soportaba las bajas temperaturas, cuando se aclimataba. Refunfuñó hasta que sujetó y aguantó lo que pudo la taza de café. Al terminar se dio un corto paseo, buscó un asiento libre, y esperó la hora de salida.

Más tarde le pasó lo que le viene sucediendo desde que puede recordar, miró a su alrededor y se olvidó de sí. Empezó recorriendo con vista ligera todo cuanto pudo desde su asiento como el interior del edifico reparando en sus detalles; los rostros de la gente delatando confusión, desorden, prisas, aventurando historias escabrosas, dramas, comedias sugerido por algún tropiezo, encuentro, voces como aquellas que se le acercaban e instalaban cerca, en una hilera de asientos a su espalda. Aquello que oía ya era un rumor reconocido y aislado del resto del tumulto por sus voces, ya desaparecidas, silenciadas, tras un, supuso él, efusivo encuentro, quién sabe si por una mal disimulada vergüenza o el temor de verse descubierto.

En esas se encontraba su imaginación urdidora de infidelidades, complots, cualquier delito, hasta cansarse o aburrirse. Buscó la hora en un reloj enorme y a la vista sorprendido de la extrema lentitud del transcurrir del tiempo, mientras se espera. Qué hacer, se dijo, mientras tanto. Cansado de observarlo todo quiso un respiro y distracción y sacó de un bolsillo, un libro. Leer no pudo, por más que lo intentara porque el rumor que se agitaba tras él creció, interesándole. No quiso en ningún momento girar su rostro para ver de quiénes se trataba, cuál su aspecto o su expresividad gestual, ni cuántos eran, aspectos subsidiarios que completan, pero que no le interesaban. Mientras miraba al frente oyó, viendo a la vez el reflejo de sus formas en una inmaculada superficie, a uno de ellos celebrar la firma de un contrato con una gran empresa. Su voz sonaba emocionada, casi exultante porque recibiría, dijo, un buen dinero con el que podría alquilar un apartamento y viajaría, después, a Roma.

Quien escuchaba con cautela no pudo soportarlo. Cogió sus cosas y volvió al café donde pidió, contando sus últimas monedas, otro café caliente.

Photo by lexi lauwers on Pexels.com
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