Abre los ojos y se despereza. Se levanta del sillón y camina por la casa, aturdido. Siente hambre pero, aunque es tarde para él, come y se decide a subir. Una vez arriba mira la estantería de su izquierda, duda un momento y cree que es mejor no pensar, cree que debe abrir su ordenador y escribir, sin más. Todo lo que necesita lo encuentra en una mesa enorme que se fabricó hace tres años. Anochece. Es caótico o desordenado o indeciso y abre un libro de poemas, el portátil, el teléfono. Lee un poema tras otro sin que le digan nada, sin sentir nada, sin que le sugiera nada. Algo frustrado busca en su ordenador un archivo que recuerda, sin encontrarlo. Casi es de noche. Escucha los ladridos de un incansable perro y se acerca a ver qué ocurre. A través de la ventana ve unos extraños parados delante de una casa, son la razón de tanta agitación del can. No los soporta, los ladridos, y lanza maldiciones sin atreverse a pedirles a sus dueños que los callen, tranquilicen, lo que sea, pero que dejen de ladrar. Piensa, cuando se alejan los extraños y los perros callan, por qué no se atreve con los dueños; por qué ha escrito unas líneas que no recuerda; por qué se encuentra ahí obligándose a hacer algo que no le servirá de nada. Vuelve a su ordenador. Quiere intentarlo de nuevo y al abrir un nuevo documento, se bloquea su portátil. Sufre por no escribir y sufre porque, ahora, esto le impide escribir. Pantallazos azules, entradas en la bios, dudas, temores. Se comunica con su hermano. Le informa por mensaje detallado de todo cuanto ha ocurrido y recibe su llamada. Hablan brevemente. A pesar de llevar tiempo sin verse apenas si tienen nada que contarse. Les salva el incidente, a pesar de todo. Se soluciona el conflicto y se termina la conversación, su hermano ha de incorporarse a su turno de noche. Aún se escriben dos o tres mensajes, después callan, no como aquellos incansables que ladran a toda velocidad y sin coger aire. Es tarde, aún ladran los perros, empieza a sentir hambre y necesita una ducha. Borra todo, no quiere leer mañana lo que ha escrito. Apaga el ordenador, la luz y camina a oscuras hasta la escalera. Imagina, ahora que baja, ahora que ha de acostarse porque le toca madrugar; imagina, ahora, al recordar los versos que leyó.

Esa también soy yo. Me he sentido totalmente identificada con tu texto. Creía que solo me pasaba a mí. Bun día, amigo.
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Sí, es la frustración, la sensación de fracaso, el para qué, el saberme un impostor, el todo que es nada al fin. Un caos o todo un orden. Gracias y buen día también, amiga.
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¡Qué pesimista te veo!
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👌👌
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