Después de haber pasado, según su consideración, demasiado tiempo sin hacer nada, buscó entre sus herramientas la adecuada para instalar una extensión flexible en el grifo de la cocina. Sin ninguna prisa, colocó sobre la encimera un pedazo de papel, la llave grifa tipo alicate, la extensión flexible y una onza de chocolate para sus ociosas papilas gustativas. Para tan delicada operación, y breve, quiso emplearse a fondo con los cuatro, de los cinco, sentidos, muy alerta. No le preguntó a su mujer, un tanto extrañado o asombrado, por qué quería que le instalase aquel tubo flexible, pero lo hizo, aunque no llegó a probarlo porque comenzaba su turno de trabajo y debía marcharse a toda prisa. Horas más tarde, ya en casa, llegó con hambre y le preguntó a su mujer si le apetecía compartir con él una ensalada con una copa de vino. Te ha quedado muy rica y sabrosa, le dijo su mujer, y el vino, delicioso. No dijo nada su marido, al tener la boca llena y mirar de soslayo, con curiosidad, aquella prótesis cromada. Al acabar y recoger la mesa fueron al salón y se sentaron juntos, ella apoyada en él, viendo con atención, y risas, los anuncios. Su mujer, un poco después, necesitaba más espacio para descansar y fue entonces cuando pensó, su marido, que era el momento de lidiar con aquel nuevo adminículo. Se arremangó y cogió el primer plato que restregó, humedecido, con el estropajo. Al aclararlo, era una broma obscena aquel inquieto mango pendulando con cada involuntario golpe accidental de su mano, plato u otro objeto. Se dijo, con improperios al principio y bromas al final, no hay duda, soy como Mr. Bean.

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