Una pequeña torre de arracimadas campanas se yergue al comienzo de una calle estrecha donde se enseñorean mudas sombras. Desde ese lugar alguien camina a paso lento por calles silenciadas, callado él también, y estremecido si al doblar la esquina breve un aire blanco, impetuoso, le opone resistencia y silba, susurra, que aún le quedan fuerzas al invierno. Un buen lugar para caminar, opina, distraído en los detalles hurtados a la prisa y a lo insustancial ajeno; un buen lugar por donde caminar hasta esos límites de tan precaria geografía que, al rebasarlos, le reclaman y aturden, tanta es su urgencia, tanta su prisa, tanto el ruido. Lejos de proseguir, se detiene, comprueba la hora y se decide por el camino largo hasta su cita, en un pequeño bar de barrio, donde una historia que creyó olvidada le buscó ayer mismo por carta manuscrita llena, a rebosar, de dudas, recuerdos, ansias de saber si queda aún algo que contar.

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