Nadie de los de aquella casa, un numeroso grupo de amigos, imaginó tan inesperado y violento cambio del tiempo, pocos minutos antes de salir al campo. Que se truncase esa escapada, acordada desde hacía ya dos semanas, no fue aceptada hasta pasado un tiempo y su sorpresa, y con resignación mal contenida por casi todos, mostrando su fastidio. Solo unos pocos, con caras de póker, se alegraron, no era posible tanta solidaridad. Uno de esos aliviados falsos jugadores era el dueño de esa enorme, antigua y con dos plantas, casa, con recursos conocidos, y suficientes, por sus más cercanos confidentes como para alojarlos en sus habitaciones, entretenerlos, o pecar según sus debilidades. Una de estas personas, Eva, quiso evitar que la tormenta les llegase dentro pidiendo ayuda para la cocina, el día podría ser largo y vendría bien que alguien preparase la comida, juntándose al fin, alguno con idea de tomarse un aperitivo con una cerveza, cinco personas. Les observó y al ver lo bien que se desenvolvían regresó a la sala principal a rescatar a alguno más del tedio y fue al oírle decir juegos de mesa cuando al instante, de pie y dispuestos, otro pequeño grupo se dirigió tras Eva hacia una sala donde hasta una mesa de billar se disputaron. Satisfecha por unas dificultades derrotadas no le quedaba más que un grupo reducido que seguían ya al dueño de la casa a su refugio, una pequeña sala de cine donde solo les costó unos minutos elegir qué ver. Todos estaban ocupados, todos absortos en algo hasta que el hambre, la curiosidad o lo prohibido obligan movimientos.

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