Quiero escribir pero, de momento, no se me ocurre nada. Bien es verdad que le he dejado el peso de esta actividad a la ventura, la inspiración, los hados o lo que sea que carguen, o les demos esa carga. Una tarea en la que yo debo ocuparme con, a saber, lecturas suficientes, búsqueda, meditación, esas virtuales sustancias nutricias para el alma, quizá, que, aunque de nada sirvan, o nada en absoluto, puedan ponerte en una imagen, un verbo, un estado propicio al acto de escribir. Otra cosa es que uno acabe satisfecho como cuando se sacia el apetito; mitigue, con reposo, el sueño o el cansancio; o con la conclusión de toda obra llegue la oportuna gratificación.
Escribir, ese acto tan sencillo, y dificultoso. Se puede escribir, por supuesto, porque escribo, y sobre cualquier cosa, pero no cualquiera sirve en absoluto. Una palabra, y ya he escrito; una frase y he dicho algo congruente, tal vez; palabras sobre una superficie, eso es ya explayarme. Qué cosas, pensar en la escritura como si le encontrara alguna similitud, o parecido geométrico, con el punto y una palabra; la frase y una línea; un largo, extenso, párrafo y una superficie. Y todo esto ¿para qué?, ¿para decir qué?, ¿para contar qué? Aquello escrito, si algo hubiera ¿es para ti?, ¿lo es para mí? Vanidad, reconocimiento, desahogo, placer, conquista, quién sabe qué, aunque se diga que sean mil razones, o no tantas, para tanto intento de verterse o deshacerse en unos signos que nos signifiquen.

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