Paró un vehículo frente a las puertas de un pequeño bar donde trabaja un camarero de mediana edad que, a esas horas, está solo y aprovecha tan mudable soledad para recobrar el orden y limpieza del local antes del próximo oleaje (sonreía por su ocurrencia) que le llene, ensucie y desordene, hallándose a salvo, entonces, al otro lado de la barra para volverse a quedar de nuevo solo más tarde y deba, nuevamente, restaurar el orden de su plaza. Se encontraba en esto cuando levantó la vista y vio, entre curioso y distendido y parapetado al fin tras las defensas, que avanza, abre la puerta y entra en el local una joven mujer que se dirige a él con un saludo y una petición, pide, del tiempo, una botella de agua para llevar. El camarero atento a su clienta responde, asiente y ausenta en busca del preciado elemento que le entrega, cobra y todo se detiene, en ese momento, en ese intercambio (un instante tan solo), cuando se miran a los ojos.

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