Hay quien lo tiene claro y sabe por qué escribe. Hay quien lo tiene claro y goza, o sufre, en proporción dispar. Yo era uno de aquellos, de los primeros, de los que lo tenían claro, qué tiempos, gozase o no de la escritura. Gozaba escribiendo porque sufría de amor, o por su culpa, y escribía, escribía sin parar, sin pensar, sin saber quién era yo, lo que escribía, ni para qué, solo el dolor hablaba, ese dolor, el mío, que no era tal en realidad. Eran la soledad, la desazón por mis carencias afectivas, la indiferencia de los otros. Entonces era la escritura porque era más fácil y cobarde escribir y mandar tus palabras con un mensajero, al que ya nadie mata, que dar la cara y hablar sin tapujos, desnudar tu alma, despojarte de caretas, fortalezas, mostrarte, saberte vulnerable. Pero hoy, ahora, estoy cansado, muy cansado, y sigo envidiando a los que tienen claro y saben por qué escriben y gozan, además, de la escritura.
