Persistía la oscuridad cuando despertó Ana. Quiso saber qué hora era. Temía que fuera insomnio, otra vez, pero aliviada vio que no fue su despertar desvelo, sino rutina. Eran las siete de la mañana. Salió despacio de entre sus sábanas y se dirigió al baño, a tientas. Dos horas más tarde entró Juan recién levantado, en la cocina, y sin decir una palabra. Ana, más llena de energía, viva y habladora, le dijo que saldría un momento de casa, mientras él desayunaba. Se despidieron con un beso.

Genial relato.
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