La imaginaba en casa, sola, tal vez sentada en una vieja silla de mimbre, fuera, porque fumar no se fumaba dentro mientras tomaba un poco el sol esperándole, o era el momento de faenar el en casa lavando los vasos y platos usados anoche; o de distraerse con cierta desgana adelantando las compras de la semana; o de leer esas novelas históricas que le resumía para animarle porque sus intereses, los de él, eran otros; o de tomar un baño en su piscina o de una ducha, aunque fuese pronto y no pensara en él o, tal vez por eso, sí. Solo podía imaginar su soledad, la de ella, soportada con paciencia porque, tal vez, solo era el eco de su propia y ya insoportable, la de él, soledad. Se daba cuenta de todo ello hasta que oyó el teléfono y su voz, aquella que jamás olvidaría y no escucharía más al terminar el día porque hoy, le decía ella después de algunas frases y silencios, hay espacio y tiempo para otro encuentro en su casa, todos se han ido, no volverán hasta la noche. Colgaron dejando palabras en el aire, pronunciadas y tal vez no escuchadas. Salió como todas las otras veces de su casa, algo nervioso, impaciente, para volver a encontrarse con ella, para conocerse un poco más, aunque ya no tuviera ningún sentido y, se decía, para terminar también con ella, y con todo, pues, con todo preparado, partía de madrugada.

Buen relato. Saludos cordiales.
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Gracias, Tanis, muy amable.
Saludos.
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👌 😎
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