
Se acabó, dijo, no puedo más con esta relación, pero muy bajito, como para sí, como acobardado o temeroso sin saber muy bien por qué, y no le oyó. Se acabó, alzando más la voz. Ella se despereza, gira y ¿cómo dices?, pregunta. No queda nada, lamenta, y ya me quita el sueño, vuelve a bajar la voz. Se levanta de la cama y ella al girarse, aferra su mano, le sienta en el borde de la cama, le retiene. Es tarde, apenas he dormido y necesito café, pero dijiste, con los ojos aún cerrados y una voz que casi no era su voz, que es tarde y, que se acabó. Coge y se pone, del revés, su pantalón del pijama. ¡Joder, qué raro es esto! ¡Qué sensación!, y se dobla, riendo. Vuelve a sentarse en la cama. Ella no está. Se quita el pantalón, se vuelve a vestir, ahora bien y oye la cisterna del baño. Va en su busca, pero no está y se dirige a la cocina donde ya desayuna, no me esperaste, dice, mientras pasa detrás de ella y la respuesta tarda, porque mastica, bebe, todo a su tiempo, piensa ella, y oye él, al fin, ¡eres un idiota! Debo, debemos acabar con esto, dice, porque por él, por mí, no hay nada ya, no siento… no sigas, escucha, todo lo vuelves tan complicado, tan difícil, tan lleno de obstáculos, barreras como queriéndome alejar de ti, como apartándome de ti ¿buscando qué?, ¿destruirte?, ¿estar solo?, ¿compasión? La crispación aumenta, y el tono, y los reproches. En dos segundos el café caliente que coge y tira al suelo. Ella se asusta, se levanta, pone en guardia y, confundida, le vuelve a ver llorar, aunque de risa. No sirve para un drama y le abraza.
Deja una respuesta