No faltaba nadie a la mesa se decía y no contaba porque, bueno, aún quedaba uno, él, yendo del fuego a la mesa con la bandeja llena y humeante, sonriendo y moviendo los bigotes, buscando dar un sorbo de cerveza y volver, después de un brindis al que nadie hizo caso, a las brasas y la carne. Salió tarde, me dijo, no sé qué hacía falta, y regresó a tiempo de recibirlos a todos, con todo preparado y con las manos vacías. No vio que alguien se levanta de la mesa, se le acerca, le observa y le pregunta, interrumpiendo, eso es algo que ignora, sus pensamientos, si piensa sentarse a la mesa y le habla, le da conversación a su pesar, quiere evitar al grupo, parece, y se excusa ofreciendo su ayuda o su conversación con quien cocina. Con la bandeja de nuevo llena y humeante, aliviado, regresa a la mesa abandonando a su interlocutor clavado al pie del fuego y la palabra, vigila el fuerte, bromea, y busca, donde, se dice, no falta nadie, cambiar la llena de carne por una vacía y embaular un buen pedazo, se dijo, casi riendo, con un sorbo de cerveza. Mira aprisa, sin detenerse, si hay huecos en la mesa, ociosidad en las manos o quietud en unas bocas que quiere ver mascando palabras o carne. Regresa luego al fuego, sin brindis, satisfecho. Llegaron todos y todos, se dijo, menos, ahora, dos, sentados a la mesa, hablan, podía escuchar, de cosas que no entiende; no ahora, que aún queda algo de carne, se dice, llevándose un bocado; no ahora que no faltaba nadie; no ahora, que salió tarde y vino a tiempo y con las manos vacías. Como vino una vez a preguntarle, ella, si le faltaba mucho para acabar y vio, sin esperar respuesta, que era la última bandeja. Le dio dos besos y regresó a la mesa. Se le ocurrió que, mientras se hacía la carne, mientras vuelve a sus pensamientos, mientras mira de nuevo atrás porque no falta nadie, porque, aunque tarde, llegó a tiempo a casa, se le ocurrió que, aunque ya era muy tarde, podía tomar la última cerveza.

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