Conozco bien este lugar

Pienso y camino y miro alrededor un instante, cojo aire, o atención y, de nuevo, pienso y camino distancias de distinta cantidad de inspiraciones, de expiraciones, porque conozco bien este lugar y creo, a veces, que piso mis pisadas pretéritas evitando las grietas, otros pasos, los abismos. Jamás calculo cuánto tardo, ni distancias, ni lluvias o fiebres, solo camino, cuando es el momento, y pienso, hasta llegar a la mesa, que no es siempre la misma mesa, de la Cucina, y allí espero quieto, sin pensar, solo atento a la atención de quien se ocupa del recién llegado. Me vio, se acerca y pido. No acuso premuras ni tardanzas porque me vuelvo a refugiar en lo que pienso o imagino o, interiormente, silbo, mientras permanezco quieto ahora, en la superficie, más atento a todo por, quizá, curiosidad o miedo. Apenas pierdo detalle y apenas lo recuerdo cuando desando, con el tiempo en contra, mi camino.
Con la segunda copa, desacostumbrado, mi percepción, de todo, es otra. Me gusta esa sensación y como y bebo y pienso, yendo de un gesto a una mirada o a una conversación o a un espacio de sobras conocido, visitado, de aquél recogido, acogedor espacio que olvidaré en seguida para volver a sorprenderme quizá, con otra segunda copa, cuando regrese. Entonces, una conversación que sobresale, ola propicia o tsunami aniquilador, donde una parte reprueba o acusa o clava improperios tras los que calla y se arrepiente porque ya no puede más y fue el derrumbe que la otra parte, herida también, comprende porque hirió y bajan la voz, o callan, porque aún es pronto, y esperan, aguardan en silencio, se recobran, saben que aún les quedan cosas en común antes de verse solos pensando y caminando y mirando alrededor cualquier instante.