Contempla esa mañana el mar en calma, desde la terraza de su habitación de hotel en la tercera planta, los barcos amarrados y a quienes, no sin cierta envidia, corren o caminan o se sientan en cualquier lugar de aquel paseo marítimo interminable como interminable es su espera, ya va para dos días en esa habitación, sin instrucciones, sin nada que hacer, sin autorización para salir porque un error, un paso en falso o la impaciencia puede arruinarlo todo, aunque espera, se aloja y aferra a esas triviales cosas que suceden como el sonido de un motor que oye y le distrae y busca entre las nubes su origen y reconocimiento, la forma diminuta que se aleja y sigue con la mirada, contempla, como hiciera con el mar en calma.

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