Se quitó las gafas, cerró sus cansados ojos y doloridos que, con la palma de sus manos, masajeó. Necesitaba estirarse, ponerse en pie. Dio tres pasos a su izquierda y alzó los brazos alcanzando de puntillas la fría barra de hierro pintada de gris oscuro de una pérgola de la que se quedó suspenso. Enormes eran las nubes atravesadas, entre sus rasgaduras, por rayos de un sol intenso que apenas si mitigaba el frío que sentía con las fuertes rachas de viento que le obligaba a abrigarse si aún quería aguantar hasta el ocaso. Al cabo de no mucho tiempo soltó sus manos enrojecidas. Observaba la fuerza del viento sobre unos distantes y viejos álamos blancos, presión, se dijo, y preguntó ¿haría falta llamar o bastaría con un mensaje por el asunto de las fotografías?

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