Subió al autobús, buscó asiento y aire fresco que sintió, abriendo, ajustando la salida del aire acondicionado, aliviándose al apartar de sí el calor y angustiado por una ansiedad inesperada al entrar, recorrer el pasillo y sentarse en tan, le pareció, reducido espacio, obligándose a respetar una absurda, sutil, invisible, imaginaria frontera entre los asientos, cosa que reclamaba para él porque sufría con el contacto y así, o como pudo, viajó, quieto e inmóvil o encajado y rígido, pegado a la ventanilla. Algo claustrofóbico, pensó, respirando profunda y lentamente hasta calmarse. No recordaba cómo era volver a utilizar aquel transporte. Ya no viajaba apenas. Los trayectos eran a menudo cortos, nunca conducía y si se ofrecían a llevarle pedía sentarse en los asientos traseros, solo. Tampoco daba conversación pues siempre prefirió mirar a través de la ventanilla, e imaginar, dejándose llevar, sin música de fondo, por sus recuerdos que eran, más tarde, alguna de esas frases anotada en su cuaderno, inicio de una pequeña historia tal vez o se entregaba, por una suerte de mirada que alguien, un momento, según entra y avanza por el pasillo central buscando dónde sentarse y empezar su viaje, cruza con la suya, una mirada que le reconoce, piensa, o le inquiere o se le aloja o le atrapa y suspende y paraliza todo alrededor un instante, tan solo. Mientras, afuera, el conductor revisa al pie del autobús los últimos billetes. Quedan pocos minutos para partir y, unos pocos rezagados sin equipaje esprintan, ya sin aliento, son recibidos por un habituado ya y en su puesto, por poco, todo listo, llega la hora de partir, conductor. Subieron todos, o casi, pues queda algún asiento libre. La gente, pensaba, prefiere usar su propio coche ahora que él no soporta conducir y redescubre, con mal comienzo una, otrora, manera de viajar, despreocupándose, satisfecho incluso y olvidado todo el malestar vuelve a mirar a través de la ventanilla, ya en ruta, o en otra dirección si oye una voz o la curiosidad. Durante el viaje se recordó sentado en otro asiento, en otro tiempo, mucho más joven. Imaginó verse subir, imberbe aún, sentarse en cualquier parte, mirar a través de la ventanilla y ver su reacción cuando alguien mucho mayor que él le elige como compañero de viaje ¿se reconocería? ¿Le pudo haber pasado a él, cruzarse con alguien mayor y decirse, podría ser yo o así sería yo si fuese viejo? ¿Viejo?, sí, tu yo más viejo, piensas cuando eres joven y crees que se detiene el tiempo para ti. Aquél joven que fui no existe ya, soy yo, el viejo, su reemplazo.

2 respuestas a “Hora de partir”
Esa tarde el señor López estaba melancólico, por la lluvia, llegaba su estación de año preferia o era su estado natural. Empezó a recordar el pasado, momentos vividos muy felices como……
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Continua el relato porfa
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