La analítica

Siempre es difícil comenzar, eso lo sabe todo el mundo, si no hay razón que fuerce como sucedió con, según la mujer del señor López, la salud del mencionado, delicada, según ella, por síntomas o reacciones que la venían preocupando desde hacía ya mucho, y mucho era ahora, según creía el señor López, lo que su mujer entendía por síntomas o reacciones cosas de la edad, la genética o la actitud como lo eran su incipiente alopecia, su inexorable presbicia y, lo que más le preocupaba a ella, sus olvidos, que le hacían temer lo peor y no eran otra cosa que, se reía el señor López al pensarlo, una simple mala memoria propiciada por la falta de atención o de interés centrados estos en sus propios y sencillos pasatiempos. Y así empezaron las consultas médicas, el ir y venir a especialistas, numerosas analíticas como aquella en la que la enfermera debía extraerle muestras de sangre pero tuvo que salir un momento de la consulta para ver al médico dejando solo al señor López. No tardaré, resonaron como un eco en su cabeza las palabras de la enfermera y no pudo relajarse, al menos, durante los primeros segundos porque sintió curiosidad y miró, lo que tantas veces había mirado, cuantas infografías, estantes con libros, vitrinas llenas frascos, carritos, todo, como una novedad una y otra vez, imaginando, preguntando, hasta que necesitó cambiar de postura y se dio cuenta de la tardanza de la enfermera. Empezaba, cosa rara en él, a impacientarse. No sabía si seguir esperando o levantarse y salir a preguntar. Unos minutos más, se dijo, igual una emergencia, justificó, pero debíanme avisar, ¡digo yo!, rumiaba el señor López. ¡Se acabó!, pensó después. Se puso en pie recomponiendo sus ropas y acercándose a la puerta, al abrirla, oyó un ¡psss!, ¡psss!, y se asomó. Nadie de frente, nadie a la izquierda, tampoco a la derecha y cerró con precipitación ¡psss!, ¡psss! Se giró asustado, ¡ese sonido otra vez!, y miró por todos lados, desde la puerta. Sin perder del todo la calma, y con método, empezó recorriendo la pequeña sala donde apenas si cabían una camilla, un biombo, una mesa, una silla, una estantería, un archivador, una báscula, otra silla y todos los otros objetos que no consideró inventariar, pensando revisar la camilla, que consideró un principio, con minuciosidad. Nada encontró. Continuó por la mesa con su ordenador, su silla, sus papeles y ¡psss!, ¡psss!, sobresaltado miró a su derecha. No había más que un archivador de algo más de un metro y veinte centímetros, de altura. Se acerca cauto y ve abierto el cajón superior. No ve nada dentro y le cierra regresando a su causa, a su mesa. Abría cajones, miraba bajo la mesa ¡psss!, ¡psss! Se asustó, se golpeó al levantarse y aceleró el pulso. La sudoración llegó después. Miró, puesto en pie, hacia la puerta creyendo ser pillado in fraganti. Nadie. Miró lentamente hacia su izquierda y el cajón superior estaba, de nuevo, abierto. Se acerca, esta vez armado con unas tijeras cortas de punta roma, y se volvió a asomar, con precaución, al interior del cajón. Oyó ¿no ha vuelto la enfermera? Alguien temía salir, escondido en el cajón, por los pinchazos.

Ilustración de Enma Cano tomada de Pinterest

3 respuestas a “La analítica”

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