Llega a casa y tras cerrar la puerta cumple, con cierto abandono, con los pequeños rituales que le llevan a sentirse un poco a salvo, protegido, no sabe bien por qué, o de quién o qué cosa. Termina pronto y recorre su pequeño piso, a menudo inmenso, buscando a su mujer a quién no llama por amar tanto al silencio, que es quien le responde. Nadie en casa, murmura, mientras se viste ropas cómodas y pone orden en su piso y su cabeza. Tanto silencio fuera y tanto ruido dentro. Logra, ya casi sin esfuerzo, cierta quietud, y se relaja y oye, atormentado, a su estómago con el que no sirven negociaciones, silencios, ningún orden. Le gusta comer, reconoce, sobre todo cuando tiene hambre, aunque sin excesos, pero con, eso sí, mucha ansiedad, y beber, poco y con la comida, algo de vino tinto. El señor López es un diletante. Recorre con fortuna y escaso conocimiento, que anhela corregir, las pequeñas bodegas que encuentra en sus largos paseos adquiriendo una botellita que consume con fruición, y solo. Conciliado con su estómago y su mente decide sentarse en su sillón favorito y ver una película, otra de sus pasiones, circunstancia que no impide somnolencia alguna que, madrugar y el estómago lleno, propicia. Y caen pesadamente sus párpados. Sobresaltado, aturdido, se pregunta ¿qué?, ¿quién llama?, conocido el origen y estridentes golpes y timbrazos. No lo esperaba, nunca espera esto. Se levanta de su sillón, abre la puerta y una pareja con los que solían salir, se presentan porque estaban de paso, entendió, después de no saber nada de ellos desde hace… con fastidio les franquea la puerta. El señor López les ofrece hospitalidad y se acomodan sin decir que no a una cerveza bien fría. Con la segunda, y una conversación que no logra seguir, vuelven a llamar, con menos brusquedad, a la puerta que abre creyendo ver a su mujer y dos parejas le rodean, abrazan y entran a saludar, beber, charlar, por los viejos tiempos que rememoran todos, menos el señor López que, confuso, sigue sirviendo cervezas, daditos de queso y lonchas de jamón con rebanadas, no muy gruesas, de pan, hasta que observa su sillón, los recién llegados, la televisión y busca el mando. Se perdió buena parte de la película y quería retroceder hasta un poco antes de dormirse, no recordaba ver aquel encuentro.

Sigo pensando lo mismo, pobre señor López. Tiene una vida la cual no desea, intenta darle alguna alegría.
Tu puedes.
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