Una tarde

En un mundo perfecto, al atardecer, sentado en un viejo banco de madera, pensaba con frecuencia hasta que a la recién inaugurada oscuridad la luz lunar teñía de plata el mar, lamentando que no fuera siempre así. Esta era su mejor idea de acabar el día, con la noche, y solo. Ya contaba más de año y medio desde su separación, y huida, no era otra cosa, al otro extremo del país. Soportar vivir cerca o en la misma ciudad con todo, y tanto, recordándola, no, ya no pudo. Llegó su derrota, una de tantas; su incapacidad de salir, de rehacerse, de encontrar lo que con ella tuvo, un sentido, o eso creyó, hasta que decidió marcharse, huir, eso es, era, huida y, sin saber muy bien cómo, le vino un lugar del norte, en la costa, que lo tenía todo y se marchó en seguida, demasiado pronto, se comentaba, abandonándolo todo creyendo que, quizá después, ya iría resolviendo. Y resolvió, despacio, el comienzo de su nueva vida en una vieja casa que, con ayuda, reformó e hizo a su comodidad. Satisfecho, tocaba reanudar, retomar, aspectos de su vida, encontró un trabajo y la manera de ir soltando lastre. Quería liviandad, sencillez y, por qué no, pequeños placeres como caminar muy temprano, antes de ir a trabajar, o por las tardes hasta encontrar la hora y el lugar donde pensar un mundo perfecto y la luz plata con la que se despediría, buenas noches, hasta mañana, o con el cuidado de las plantas de su pequeño jardín y un buen bocado con un vino de la tierra ahora que el momento es propicio y el apetito, bajo el contraste que da un roble, a la recién cortada hierba, se puede satisfacer, aunque aún no la compañía. Pero tenía que llegar. Algo debe tener la soledad que, si no se la protege, también puedes perderla, y la perdió, sin apenas darte cuenta. Su ofuscamiento, desde que llegara a este lugar, disminuyó despacio y al mismo ritmo que crecía una defensa, o barrera, contra cuanto pudiera volverle, de nuevo, vulnerable y fue ignorando, o negando, que llegó allí porque razones había, y emociones, y personas, una, sobre todo que, tuvo la certeza, no volvería a encontrar. Una de esas tardes limpias de nubes, con promesa de luz de luna y brisa, camina hasta llegar al viejo banco de madero, a su mundo perfecto al encontrarse con la que creyó lejos y olvidándole.

Imagen tomada de Pinterest

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