Subía los escalones con desgana, o con cansancio, hasta el segundo piso porque encontró que el ascensor vestía un intratable parapeto refugiando en su interior a dos obreros que demoran con mayor o igual desgana, o cansancio, sus reformas, revisiones, sus reparaciones. Hoy le evitaron el cadalso, pensó, casi al final de la escalera. Llegó, por fin, suspiró y, parado frente a la puerta dudaba si se podía permitir aquello, lo que hacía, con lo que continuaría, estar allí de pie frente a una puerta extraña, hostil quizá, desconocida tras tanto tiempo sin olvido y llamar, ser recibido ¿por quién, ahora?, invitado a pasar ¿en serio, invitado?, a recoger sus restos del pasado dentro de cajas y bolsas polvorientas, yo no tenía que estar aquí, se decía y todo porque nada daba aún por concluido ni pudo, como tantas veces sigue oyendo, pasar página. Pero se decide al fin, y llama. No escucha el timbre, pero la puerta se abre y son otras las cosas que oye, las que enmascara, encubre, anula, su llegada y, aunque no se abre por completo la puerta impidiéndole ver el rostro de quien espera, permitiéndole la entrada, se siente, al mismo tiempo, defraudado, alguien me cree parte de esta fiesta, piensa, y ahora sí, decide marcharse, hay demasiado ruido y, quizá, demasiada gente. Suspira, de nuevo, parado frente a la puerta antes cerrada, e inicia el descenso que una voz pretende impedir o detener. Alguien le llama y pide que entre y cierre, es un momento, en seguida estoy contigo, es ella, se dijo, reconoció su voz y optó por esperar sentado en la escalera…

2 respuestas a “En letras verdes (I)”
Bonito texto
Me gustaMe gusta
Gracias…
Me gustaMe gusta