Esperaba, era cuestión de tiempo, y dejaba mis gafas en un pequeño espacio libre aún de libros, papeles, lápices, velas, figuritas, más papeles y cuadernos y libros y otros pequeños objetos dueños de su pequeña superficie de madera de una enorme mesa donde yo ya era incapaz de leer o escribir o pasar a solas, en silencio, cualquier momento del día y me levantaba con frecuencia caminando por la casa, inquieto, mientras esperaba, porque habría de llegar el final, o el principio, ese momento en que debería estar todo preparado para un viaje en que con precipitación me dirían que es la hora y no podría retrasarme, es la hora y salir, en silencio, sin demora, determinante, porque sabía que era cuestión de tiempo agotar la espera, es la hora, sí, y sería un alivio levantarme en silencio y recoger, salir de casa quizá para no volver y coger un coche que me llevará a la estación del tren, pero es cuestión de tiempo, lo sabía, y mientras esperaba vuelvo a coger mis gafas, que no me pongo, y bajo a beber a la cocina porque quería escuchar algo de Bach, pero la sed y la curiosidad o la necesidad de huir me detuvieron a mirar por la ventana, vi una sombra, pero fue la idea de un mapa no tan desolado que unas nubes en un cielo claro y limpio con sus lagos y montañas y costas y mesetas y archipiélagos parecían dibujar y una voz, más tarde, me hizo regresar apeteciéndome volver a Miles olvidando mis gafas y mi sed.

Son bellas palabras, pero has de buscar más sentido en ellas, buscar más en tu interior.
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