No sabía qué hacer a pesar de tener aún muchas cosas pendientes, tampoco adónde ir, así que salí a la calle a practicar uno de mis placeres predilectos, caminar sin rumbo.
Al cabo de no mucho de mi caminata oí una voz que me llamaba, una voz familiar que llegó a estremecerme, al reconocerla, una voz perteneciente al pasado. Miré y, con sorpresa, supe que eras tú, Alberto que, con una cerveza en la mano y acodado en la puerta de un bar, me saludabas desde el otro lado de la calle. Sonreí, quizá porque soy propenso a ello, procurando no dejar traslucir mi sorpresa, y una cierta violencia, y me dirigí sin demasiada prisa, casi con desgana o incomodo hacia él sin pretender en ningún momento quedarme a tomar una copa o pasar por el mal trago de, posiblemente, las muy previsibles presentaciones de sus conocidos a las que me sometía disfrutando con ello de mi sufrimiento por mi conocida misantropía, pero, muy a mi pesar, Alberto junto con una conocida de ambos, Claudia, me sujetaron por las manos con firmeza nada más hallarme a su alcance y me vi arrastrado al fondo del local donde un grupo de personas conversaban animadamente, algo debían celebrar aparentemente o, tal vez, todo era puro teatro, un falso encuentro donde actuaban como si hubiera hecho demasiado tiempo desde la última vez que se encontraran y yo fuera su principal objetivo.
No sabía si soltarme con brusquedad o dejarme llevar obedientemente. Accedí al fin y llegamos Alberto, Claudia y yo, su rehén, al final de la barra donde dio comienzo mi sufrimiento, la ronda de las presentaciones. No conocía a nadie, pero a ellos no parecía importarles o, de tanto oír de mí, no bien ni mal, quizá se hicieran ya una idea. Tras tan larga y algo confusa presentación me pidieron algo de beber, aún no sabía si todo esto tenía algún propósito. Alberto no sabía que, hacía ya demasiado tiempo, no probaba una gota de alcohol y mucho menos el porqué lo dejé. Mientras negaba su ofrecimiento y pedía yo otra cosa le oí nombrar a Alberto a alguien para que viniera a conocerme. Me sobrecogí, no podía, ni quería imaginarme, por lo que oí, a su interlocutor, evidentemente no estuvo en la lista de los presentados y al llegar a nosotros, de qué sé yo qué lugar de aquel local enorme, me llamó Alberto, me giré y me presentó a Javier. No pude evitar un torpe mohín de sorpresa y malestar. Alberto no sabía que conocí hace años a Javier y resultaba evidente que jamás le habló a nadie de nuestra ya defenestrada amistad que, debido a mi torpeza, acabé destrozando, pero aquellos eran otros tiempos y, en estos, yo, tan ignorante de todas las cosas, procuré seguir las más elementales norma y corrección que el temor más absurdo me dictaba.
Fotografía tomada de Pinterest