Me sonrío y solo te veo cuando preguntas por qué, de qué me viene esta sonrisa boba, qué pasa por mi mente pues aún no he dicho nada apenas desde que llegué a tu casa y permanece intacto un plato con queso y jamón y una cerveza fría, muy fría, al lado, tu último libro, la cama sin hacer aún y la lluvia, que no me falte la lluvia, que no cesa y que acompaña al pensamiento. Te veo, me llevo una mano a la barbilla y pienso qué puedo decirte porque no sabía que esto pudiera ser así, ¿esto?, dices, yo, es decir, mi vida, lo que recuerdo de mí, lo que fui y cómo fui hasta este instante, esto, yo, que no me reconozco, que no me siento, que no sé si soy ya una prolongación de algún objeto, o consecuencia de cualquier acto, o si soy, simplemente, porque a fuerza de rechazar, de romper, de apartarlo todo y buscar mis límites, elevar un mar alrededor y declararme náufrago y señor de aquella frágil isla que yo soy me he de ver así como te cuento, como me siento ¿de qué me hablas?, no entiendo una palabra tuya ¿estás bien?, ¿te ha ocurrido algo? Y lejos de explicarte nada me siento a la mesa y me llevo a boca un pedazo de queso y pan que riego con esa cerveza fría.