Me dio una caja pequeña, precintada, unas llaves y le oí decir adiós cuando cerró la puerta sin esperar que yo le contestara dejándome sentir, en ese momento, estúpido, no sé si por imaginar desdén o por esa fragilidad que nace de mi decisión de abandonarlo todo y el miedo y el error quizá por alejarme, huir dirían algunos, a ese lugar que nadie esperaría aunque, pensando de este modo, acabé por encogerme de hombros y sonreír y sentir algo de alivio que se me esfumó al poner mi atención en la caja que me entregó aquel hombre, su peso, la nota que lo acompañaba ¿de quién vendrá el paquete?, y por recordar en ese instante, que me hizo volverme de espaldas a la puerta, todos los otros enormes paquetes desperdigados por las habitaciones aún sin amueblar. Casi me vi vencido por el peso de todo lo que me esperaba en los próximos días, y excitado, pasaba los minutos de uno a otro estado de ánimo según me iba imaginando cómo resolvería tal caos hasta que mi estómago hizo uso de su singular modo de expresión y, dejando lo que mis manos desempaquetaban, salí de casa, de mi nueva casa, en busca de un lugar donde aprovisionarme de alimentos para los próximos días porque esperaba muebles y ninguna visita.
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