Dejé sobre la mesa la novela que me recomendaste, mañana continuaré con ella, me dije, ya es suficiente por hoy, agoté mi concentración, mis ganas de leer y se hace tarde.
No suelo beber pero me apetecía, quise prepararme una copa y tomar el aire, sentir un poco el sol. Te ofrecí mi compañía y otra copa. Déjame, dijiste, con sequedad, y no insistí, ni pregunté, yo sí seguí queriendo, o ya necesitando, esa copa y escuchar, recordar la voz de Peggy Lee, oír hablar de soledad.
No permití que hoy me estropearas nada.
No sé por qué, pensaba, mientras tanto, en tu obsesión por esa parte de la historia de Ulises en la que, ya de regreso, desea escuchar de las sirenas, su canto, asegurado al mástil de su barco. Es otra soledad, pensé, y te imaginaba aislándote de todo, entregarte a ese placer, o esa derrota, abandonarte a una muerte segura y, al mismo tiempo, a salvo. Es muy extraño en ti porque no pierdes la ocasión de mencionarlo si encuentras cualquier circunstancia que guarde alguna relación o parecido con esa parte del viaje del héroe.
Pasaríamos la noche en casa de Celia y Luis, ya lo sabías, pero no preparaste nada. Desde un momento antes de comer sentí como una sombra en ti. Allí nos reuniríamos todos para unas copas, conversar, oír algo de jazz, que tanto te apetece, cenar con el resto de nuestros amigos y, como no nos permitieron alojarnos en un hotel, nos dejaban una habitación para esta noche, y no te negaste, no mencionaste nada, solo con verte ya lo dejabas claro. Imaginé que no querías salir o, quizá, ir a esa cena, no sé muy bien por qué.
Las nueve. No fuimos los primeros, ni los últimos, en llegar. Saludos, abrazos, alguna confidencia. Todos hablando, bebiendo, buscando, o encontrando su sitio en aquél enorme piso y tú, tú desapareciste un momento, agobiado quizá. Todos sabíamos que no te gustaba el verano y nos pusiste Song D’Automne, la versión de The Rosenberg Trio, fue el primero de otros muchos, era tu manera de no estar, una escapada. Nos miramos sorprendidos y rompimos a reír. Te esperaba mientras nos íbamos sentando a la mesa, de fondo Art Tatum y Ben Webster. Celia sintió algo de frío y me levanté a cerrar la puerta de la terraza. Un grito en la calle me asustó. Oí unas sirenas.