Entro en una cafetería uno de esos días, uno de tantos, uno de esos días como forzosamente vivo y que coinciden con los días laborales de otros, de aquellos otros con los que apenas me conjugo un tanto aposta, adrede, por puro hartazgo o mor de soledad, de mi trabajo, de mi vida y entro, como digo, y pido café solo, largo y sin más dulce que añadir que el del azúcar y oigo tu voz, detrás de mí, voz que sobrecoge.
«Tu voz me sobrecoge» …
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